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26 marzo, 2014

Ardbeg Expedition, peregrinaje a las fuentes

Una expedición al lago que suministra el agua del whisky escocés Ardbeg en Islay (Escocia).


El sonido de una gaita nos recibe en esta singular destilería, Ardbeg, fundada por los MacDougalls en 1815, y que significa en gaélico “un pequeño cabo de mar”; mar bravío, cubierto de algas, que golpea en las tardes invernales los almacenes de la destilería, donde madura el whisky, aportando sus singulares aromas yodados y salinos.

 

 

Vislumbramos las dos chimeneas de la destilería en forma de pagoda, donde tradicionalmente se secaba con turba la cebada malteada, paso previo a la destilación del whisky. Los single malt del sur de Islay, isla ubicada en la costa oeste escocesa, se consideran los más ahumados, terrosos y rotundos del mundo, al poseer un carácter marcado por la calidez ahumada de la turba, muy abundante en estos parajes.

 

La destilería de Ardbeg, vecina de Lagavulin y Laphroaig, estuvo cerrada durante años hasta que en 1997 la adquirió Glenmorangie, destilería del norte de Invernes, modernizando su estilo y alcanzando con su 10 años un gran prestigio internacional. A este single malt se le unieron sus hermanos mayores, de expresión más compleja, como el Supernova, o Corryvreckan, así como Uigeadail, nombre del lago que suministra el agua de esta destilería y destino de nuestro trekking.

 

 

Todos estos whiskys tienen un carácter ahumado de turba: Uigeadail posee 55 ppm de fenoles de turba tras 20 horas de secado de la cebada malteada en los hornos, aunque al final del proceso de maduración en las barricas de roble, el whisky presenta un nivel más moderado, perfectamente integrado. En su complejidad y elegancia se nota la mano de Mickey Heads, que empezó trabajando en esta compañía cortando turba, para luego ser su maestro cervecero, y ahora su prestigioso Master Distiller.

 

Es un lujo ascender hasta el lago donde fluye el agua que suministra la destilería, y de esta forma poder comprender en toda su dimensión la importancia del líquido elemento en el sabor final del whisky. Mickey Heads es el jefe de la expedición y comenzamos a ascender por las laderas de las colinas cubiertas de brezo, donde discurren oscuros arroyos. Tres horas caminando por este hermoso paraje nos lleva a orillas del lago Uigeadail, cuyo nombre gaélico significa “lugar misterioso y oscuro”.

 

 

Allí degustamos un trago de Ardbeg Uigeadail en el lugar donde nace la primera gota de este líquido ambarino. El agua del lago posee unos profundos destellos rojizo, que se deben a la gran cantidad de turba disuelta en el agua, y que le aporta un tono caoba claro y un gusto acre.  A su orilla Mickey nos muestra el ritual que cumplen cada vez que visita el lago: degusta media copa de whisky y la otra mitad la arroja al agua, lentamente, mientras recita mentalmente una frase de agradecimiento: un homenaje pagano a la naturaleza.

 

A orillas de este lago habían organizado un campamento bautizado como glamping (camping con glamour), con lujosas tiendas de campaña, de cómodas camas, así como un comedor y una cocina junto a un corte de turba. Nos informamos que trasladar todo el material hasta la cumbre de la colina les había llevado una semana y seis viajes de helicóptero.

 

 

Las vistas desde este mirador sobre las islas Hébridas son esplendidas, mientras degustamos una deliciosa cena de vieiras, cigalitas y langosta procedente del bravío atlántico, bien regada con vinos de Nueva Zelanda. Un grupo folk escocés nos regala melodías ancestrales, que adquieren un singular significado en este paraje. Al caer la tarde una intensa neblina devora el lago y el campamento, pero calentamos el cuerpo con un trago de Ardbeg Uigeadail, sabroso y rotundo, que crea una experiencia sensorial única. Al cabo de media hora la densa bruma se retira permitiéndonos disfrutar de un límpido cielo estrellado.

 

A la mañana siguiente descendemos siguiendo el arroyo que lleva el agua del lago hasta la destilería; a mitad de camino encontramos otro lago, y allí Mickey Heads nos muestra cómo se realiza el corte de turba: con una pala retira la primera parte de la tierra cubierta de hierba, y luego con un largo azadón vertical extrae un ladrillo oscuro que pone a secar sobre la tierra; nos cuenta que la turba crece un milímetro al año, por lo que un metro de turba ha tardado mil años en formarse, y que hasta hace muy poco, este era el único combustible en la isla para cocinar y calentarse.

 

 

De nuevo en la destilería, de muros blancos y tejados de pizarra, recorremos sus espacios para comprender como se elabora este singular whisky. Primero visitamos el silo donde almacena la cebada malteada, impregnado de aromas de cereal y humo de turba; la malta se muele formando una gruesa harina que se lleva a la cuba de maceración, donde el agua caliente extrae los azúcares; y este mosto azucarado fermenta en las cubas de madera, transformándose en una rudimentaria cerveza ahumada.

 

En dos alambiques de cobre se destila esta cerveza, y mediante el spirits safe, se separan las cabezas y colas, utilizándose exclusivamente el corte central, el corazón, para madurar en las barricas. Mickey nos invita a degustar 4 décadas de Ardbeg en los tradicionales almacenes de crianza, donde reposan en un ambiente umbrío 4.000 barricas de roble, de dos tipos: de roble blanco americano de Bourbon y de botas de jerez. Son las auténticas joyas de la bodega: un 1975, 1989, 1994 y 2003, cada uno con una distintiva personalidad, pero todos tienen en común su compleja rotundidad de Islay.

 

 

Culminamos el periplo en el muelle junto a la destilería disfrutando un Ardbeg Uigeadail, de 54,2º, de profundos destellos dorados, embriagadores aromas salinos y especiados, con un aleteo ahumado, que ha madurado en barricas de Bourbon y botas de oloroso de jerez. Su paladar es intenso, complejo y elegante, de memorable equilibrio dulce y especiado, envuelto en una cálida nota ahumada. El placer sensorial que nos proporciona nos hace elevar la vista en dirección al lago de donde fluye el agua que hace posible este milagro, y le agradecemos en nuestro interior su generosidad.

 

Texto y fotografía: Jesús Bernad



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