4 agosto, 2012
La capital de la isla de Taiwán fusiona tradiciones ancestrales con la más rabiosa modernidad.
Flotando en el Mar de China, como una lágrima desprendida del continente, se encuentra la isla de Formosa (hermosa), como denominaron los portugueses a la actual Taiwán, cuando la avistaron por primera vez en el siglo XVI; y en el norte de la isla, en la confluencia de los ríos Danshui y Keelung, está su capital Taipéi, donde la moderna arquitectura no está reñida con el respeto de los antiguos templos y monumentos, como el imponente Nacional Concert Hall, de sabor tradicional chino (reflejo de 5.000 años de cultura), y que junto al Teatro Nacional, señorean en la gran explanada del Chiang Kai-shek Memorial Hall.
En el Chiang Kai-shek Memorial Hall se rinde homenaje al padre de la nación, del mismo nombre y cuyas tropas lucharon durante la guerra civil china contra el ejército de Mao Zedong, resultando perdedores, en 1949, y refugiándose en esta isla. El Kuomintang de Chiang Kai-shek ha gobernado la isla desde entonces, que reclama la República Popular de China como una provincia más del país, con la que mantiene unas tensas relaciones. Taiwán es la China capitalista, y debido a las presiones de la China comunista, numerosos países en el mundo no han reconocido su independencia.
El budismo es la principal religión de los taiwaneses, y en Taipéi se pueden encontrar algunos templos muy antiguos, como el de Longshan y el de Baoan, donde se respira una intensa espiritualidad, que practican desde los jóvenes a los mayores. El templo suele estar cargado de un intenso olor de cera derretida, de las oraciones, así como de los palitos de sándalo que queman en sus ofrendas y que cogen con ambas manos, para llevarlos finalmente a la altura de la frente, mientras hacen unas reverencias a las estatuas de los venerados santos. Se respira una gran paz, y en el aire flota también el perfume de las hermosas ofrendas florales.
Al norte de la ciudad, junto al río Keelung y al pie de las montañas de Chingshan, descubrimos el hermoso conjunto del National Revolutionary Martyrs’ Shrine, delimitado por una puerta con numerosos arcos y los imponentes palacios de estilo Ming, construidos en 1969. El colorido cambio de guardia que se puede ver cada día rinde homenaje a los caídos en las distintas guerras, invasiones y revoluciones de la Republica de China, nombre oficial de Taiwán. Junto a los esplendidos palacios, en los cuidados jardines, se pueden disfrutar de los hermosos pabellones, decorados al estilo Ming.
La densamente poblada Taipéi, que cuenta con 2.800.000 habitantes, se ha convertido en vanguardia en altas tecnologías, liderando la producción mundial de microprocesadores. En algunos barrios de la capital los modernos edificios de diseño sorprenden al paseante, así como la imponerte torre, con forma de tallo de bambú: Taipéi 101, de 508 metros de altura y 101 plantas, que fue el edifico mas alto del mundo en 2003, año en que se completó su cúspide. Cuenta con uno de los ascensores más rápidos del planeta, y desde la planta 96 se tiene una espectacular vista circular de toda la ciudad y las montañas cercanas. Y como es una zona de seísmos, la torre cuenta con una gigantesca bola de acero de 680 toneladas, que hace de amortiguador de masas, y que está diseñada para soportar terremotos de hasta 7 grados en la escala de Richter.
Como no podía ser de otro modo, las compras y las principales marcas de lujo del mundo tienen numerosas tiendas en los distintos centros comerciales de la ciudad. En uno de ellos, en pleno corazón de Taipéi, se encuentra el restaurante Din Tai Fung, cuyos dim sun están considerados como los mejores del mundo. Y que mejor que hacer una escapada nocturna al mercado tradicional Shilin Nightmarket, donde poder adquirir desde camisetas con motivos del país, comer en sus auténticos puestos callejeros, o entrar en sus numerosos locales de masajes (principalmente de pies), y en los templos de los adivinadores de fortuna.
Taipéi es una ciudad idónea para disfrutar de la original fusión de las milenarias tradiciones chinas con las más vanguardista modernidad.
Texto y fotografías: Jesús Bernad