Reportajes

17 septiembre, 2011

Entre Copas por las bodegas californianas

Una “road movie” catando vinos en las mejores bodegas de Sonoma y Napa valley.


Todos cometemos alguna locura de juventud, y la mía fue irme a Nueva York cuando me independicé de mis padres, para luego continuar el viaje al valle de Napa, situado al norte de San Francisco, donde viví cerca de un año (1989) en la casa de la bodega Swanson Winery, invitado por su enólogo, el italoamericano Marco Capelli. Un grupo de jóvenes europeos convivíamos en el valle con los winemakers de las mejores bodegas, mientras aprendíamos viticultura y elaboración en la meca del enoturismo. Veinte años después, el destino quiso que acudiera a dar unos seminarios de vinos y cavas catalanes en el Culinary Institute of America (CIA), en Santa Helena, en uno de los mejores congresos gastronómicos del país.

 

Al grupo de jóvenes españoles nos sonaba los vinos del valle por la popular serie televisiva de los ochenta Falcon Crest, que se desarrolla en una bodega de Napa Valley; pero las intrigas de Ángela Channing no la vimos reflejada en la realidad, donde reinaba el buen rollo entre sus habitantes. Cientos de visitantes acudían todos los fines de semana a las bodegas de Napa (el valle de la abundancia, en lengua indígena) para empaparse de cultura del vino, y disfrutar de sus sensacionales blancos de Chardonnay y tintos de Cabernet Sauvignon.

 

 

 

Primero visitamos las tres bodegas catalanas que se asentaron en California hace ya dos décadas, y que merecían la pena, aunque no estuvieran ubicadas en el corazón de Napa: Artesa y Gloria Ferrer, propiedad de Codorníu y Freixenet, situadas en la fría comarca de Carneros, por recibir la influencia de las brumas de la bahía de San Pablo y del cercano océano Pacífico, donde degustamos unos deliciosos vinos espumosos de marcado estilo californiano.

 

Y situada en el valle de Russian River, en Sonoma (valle paralelo a Napa, tan solo separado por las montañas de Mayacamas), recorrimos los ondulados viñedos de Marimar Estate, que cuida con esmero Marimar Torres, de la célebre familia bodeguera del Penedés. Su pasión por las variedades Chardonnay y Pinot Noir se puede apreciar en sus sensacionales vinos: gustosos, profundos y de tacto muy sensual.

 

Cuando salíamos a recorrer el valle de Napa, les comentaba los recuerdos de mis vivencias a mis dos acompañantes, Alba y Carlos, y veía brillar en sus ojos una chispa de deseo por seguir vagabundeando entre los viñedos; como en una escena de Entre Copas, la célebre película norteamericana que ganó un Oscar al mejor guión adaptado de 2005, decidimos seguir catando vinos en las bodegas del valle. Pero como los humanos somos unos chismosos, al comentarles que muy cerca de las sede de los seminarios estaba la bodega Spring Mountain (donde se filmó la serie de televisión), me rogaron ir a visitarla.

 

       

 

Localice en un mapa su ubicación exacta, en la falda de la montaña de Mayacamas, a la altura de Santa Helena, y hasta allí nos fuimos tras recorrer los viñedos otoñales del valle, que desplegaban sus hojas con tonos dorados y purpura. Una barrera de seguridad nos impedía el paso, pero me identifique como periodista de vinos, y nos dejaron pasar. Nada más llegar nos informó que no realizaban visitas, y que tan solo podíamos catar algunos vinos. Aceptamos, y con cierto recelo, nos dieron a probar un delicioso Sauvignon Blanc, mientras nos contaban que el suelo volcánico de las laderas es muy pobre, y aporta a los vinos un cierto regusto mineral.

 

Tras degustar un sencillo Cabernet Sauvignon, la uva estrella del valle, nos ofreció una cata de tres añadas de su vino top, Elivette, de un estilo bordelés, que vendían al “módico” precio de 125 dólares la botella. El que más me gustó fue la añada de 2004, estructurado y jugoso, mientras que el 2005 necesitaba afinarse en la botella, y el 2003, de una añada muy cálida, ya fino y redondo. Le cuestioné la longevidad de sus vinos en la botella, y nos abrió inmediatamente un Spring Mountain 1993, que resultó estar muy vivo y placentero.

 

Habíamos superado la desconfianza inicial de ser turistas ávidos de ver la casa de Tiburcio Parrot. Los nuevos propietarios deberían estar hartos de ser tan solo un plató de cine, y como demostramos ser buenos enófilos, se ofrecieron para enseñarnos el hermoso jardín, la esplendida mansión colonial y las bodegas subterráneas. Era un buen síntoma que en nuestra primera vista no planificada hubiéramos disfrutado tanto con tan originales vinos.

 

 

De camino a la sede del Culinary Institute of America, les mostré una hermosa mansión de estilo Rhin, con un imponente roble delante: la bodega Beringer, una de las más tradicionales del valle, construida por emigrantes alemanes en 1883. De nuevo nos presentamos como profesionales del vino y nos dieron a catar su gama Private Reserve, un cálido y maduro Chardonnay fermentado en barrica, y un jugoso Cabernet Sauvignon. Pero la sorpresa fue en el último vino, que a Carlos y Alba no les interesaba catar en un principio, pero que al probarlo exclamaron al unísono: ¡Qué bueno está! El vino dulce Beringer Nightingale 2006, elaborado con las uvas blancas Semillon y Sauvignon Blanc (al estilo de los grandes Sauternes de Francia), con sensuales notas de miel, jazmín, albaricoque, pero de equilibrado dulzor. Mis acompañantes nunca habían degustado un vino tan sensual y acariciante, que al instante se convirtió en uno de sus favoritos.

 

Desayunando en nuestro hotel de Calistoga les comenté que el valle de Napa y Sonoma (Wine Country) es la segunda atracción turística de California, tan solo detrás de Disneylandia, con seis millones de visitantes al año, atraídos por su belleza y las catas de vinos en las bodegas. Y sin duda el principal imán de todas ellas es Robert Mondavi, la sensacional bodega de esta familia de origen italiano (un millón de visitas), construida como una tradicional misión española en tonos albero.

 

Nuestros compromisos nos impidieron visitarla hasta el atardecer, con una luz dorada que contribuía a una atmosfera  mágica. Numerosos visitantes degustaban los vinos, pero al identificarnos como periodistas nos llevaron a la sala de los Reservas. Mondavi se hizo famoso por su blanco Fume Blanc, elaborado con Sauvignon Blanc con once meses de crianza en barrica, de carácter austero pero final vibrante. Pero la fama actual de sus vinos se cimenta en los Cabernet Sauvignon, y su Reserve 2006 (135 dólares) resultó muy estructurado y potente, un baby que necesitaba madurar en la botella. Adivinando nuestros pensamientos, ciertas dudas sobre cómo evolucionan sus vinos en la botella, nos abrieron el Reserve 1998, que resultó espléndido: maduro, especiado y de final muy sensual.

 

Estábamos metidos de lleno en la dinámica de la película Entre Copas, y deseábamos disfrutar del libre vagabundear por el valle, y los vinos enaltecían nuestro espíritu. Alojados en Calistoga no podíamos dejar de visitar Château Montelena (1882), donde nada más llegar vimos nuestra primera limosina, que esperaba a un grupo de turistas de visita por el hermoso jardín de Jade, con sus coloridos puentes y pagodas chinas flotando sobre un lago. La bodega se alza sobre la colina y su fachada de piedra rememora un castillo bordelés. Montelena saltó a la fama hace tres décadas cuando su Chardonnay 1973 ganó a los mejores blancos de Borgoña en la célebre cata de Paris de 1976.

 

       

 

En la bodega compramos un libro escrito por el único periodista que acudió a este evento, el famoso Juicio de Paris (“Judgment of Paris California Vs. France”, de George M. Taber), que inspiró la película Bottle Shock (2008), donde se cuenta cómo el británico Steven Spurrier, propietario de una tienda de vinos en Paris, organiza una cata ciega entre los mejores vinos franceses y californianos, y cuyo resultado supuso la mayoría de edad de los vino del Golden State. Por cierto, el mejor vino tinto, según la cata de los mejores paladares franceses, fue otro vino del valle de Napa, el Cabernet Sauvignon 1973 de Stag’s Leap Wine Cellar, que superó a los más prestigioso Châteaux de Burdeos.

 

Degustamos un Montelena Chardonnay 2007, hermano del ganador del Juicio de Paris, potente y carnoso, de marcado roble, pero de final muy elegante, que todavía tenía recorrido en la botella. Y por fin, nuestro primer Zinfandel, la uva considerada autóctona de California (cuyo remoto antepasado es una variedad de Croacia), de viñedos del norte del valle (la parte más calurosa de todas). El 2004 es esplendido, goloso, potente y cálido, de alma mediterránea. Y culminamos la cata con un potente Cabernet Sauvignon Montelena Estate 2005 (135 USD), muy sabroso, profundo y de gran personalidad.

 

Disponíamos de una hora antes del seminario en la CIA, y decidimos recorrer el Silverado Trail hasta la bodega Duckhorn, la más famosa del valle por sus Merlots. Estaba convencido que les iban a entusiasmar estos vinos redondos y amables, que tanto denigra el neurótico personaje de la película Entre Copas. Nada más llegar nos sedujo su terraza con vistas a los viñedos, donde varias parejas degustaban unas copas de vino, y trasmitían una sensación de placidez, que nos hizo comprender al instante el gran atractivo de Napa. Solo queremos catar Merlots, dijimos, y nos ubicaron en la soleada terraza, y desplegaron cuatro vinos de esta variedad, procedentes de pequeños viñedos distribuidos por todo el valle. Uno tras otro nos fueron comunicando una sensación de placer que difícilmente olvidaremos en nuestras vidas.

 

         

 

Las vistas a las bodegas se complementaban con cenas en un famoso restaurantes de Napa, junto a los cocineros españoles que habían acudido al congreso gastronómico; escapadas nocturnas al karaoke roquero de Santa Helena (solo los jueves); o a disfrutar de las tiendas boutique de Santa Helena (de aceites, vinos, y demás tentaciones). Pero quién nos iba a decir que la estrella seria una hamburguesería, tal vez la más famosa de California: Taylor’s Refresher (1949), que hace honor a sus jugosas, originales y rotundas hamburguesas.

 

Era nuestro último día en el valle, y no queríamos dejar a medias nuestra inmersión en Napa sin visitar dos de las bodegas más emblemáticas: Stag’s Leap Wine Cellar, y Opus One. La primera, situada en el Silverado Trail, propiedad de Warren Winiarski, descendiente de polacos y ex-profesor de la Universidad de Chicago. Deseábamos catar su Cabernet S.L.V., procedente del mismo viñedo del que ganó la cata parisina: elegancia y mineralidad, equilibrio y taninos sedosos, que me hizo recodar por su perfección a mi primer Pingus.

 

Regresamos a la Highway 29 californiana, carretera que recorre las principales poblaciones del valle, y paramos en Opus One, una de las más atractivas bodegas de Napa, fruto del joint venture de Robert Mondavi, con el francés barón Philippe de Rothschild (propietario de la bodega bordelesa Château Mouton Rothschild y la chilena Almaviva). Era sábado, y la bodega parecida asediada por limosinas, contratadas por ávidos turistas de San Francisco. Solo elaboran un vino, un coupage de uvas bordelesas de gran categoría; y teníamos curiosidad por conocer su cava subterránea de barricas, dispuestas en semicírculo, y luego subir a su esplendida terraza, para disfrutar de sus excelentes vistas del valle. Catamos el Opus One 2006, pletórico de fruta, especiado, de imponente cuerpo, pero de elegante persistencia. Uno de los mejores del valle.

 

Una vez en San Francisco les pregunté a mis amigos, que vinos habían disfrutado más en nuestra peculiar road movie: Alba, eligió el seductor Pinot Noir de Marimar Estate (que curioso, como en Entre Copas), mientras Carlos se decantó por el dulce de Beringer. Recordé unas palabras que nos dijo Marimar Torres: «El Pinot Noir es el vino hedonista por excelencia».

 

Querían conocer mis sensaciones: este valle me trasmite emociones muy profundas, de una etapa juvenil de plenitud sensorial; es mi meca personal. Un viaje esplendido, fluido y lleno de sorpresas, como los buenos vinos que hemos disfrutados juntos.

 

Texto y fotografías: Jesús Bernad



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