Reportajes

30 agosto, 2011

El arte del torcido del cigarro puro

Los expertos tabaqueros elaboran el cigarro puro con las hojas de capa, capote y tripas.


Rara vez somos conscientes del complejo proceso de elaboración de un cigarro puro, que se ha convertido en uno de los productos artesanales más sofisticados en la actualidad.

 

         

 

Del semillero al cenicero, nuestras azuladas volutas recorren un singular periplo por más de doscientos pares de manos, una vida azarosa que culmina con su inmolación, mientras nos regala los secretos de su terruño caribeño. Cuando uno intenta construir un cigarro puro, bajo la supervisión de un experto tabaquero, nos damos cuenta de la pericia y habilidad de estos maestros torcedores, que utilizando tan solo una tabla de rolar, una afilada cuchilla ovalada, (la chaveta), una guillotina y un gomero para pegar la cabeza del puro, son capaces de crear estas obras de arte sensoriales.

 

El tabaco atraviesa en la fábrica diversos procesos en su elaboración que harán de él un  emblema de placer. Pero antes de llegar a la fábrica las hojas de tabaco son cosechadas, secadas cuidadosamente en las casas de tabaco, donde realizan diversas fermentaciones, y por último se clasifican antes de llegar a la fábrica.

 

Las hojas de capa del cigarro se cultivan bajo fina gasas de algodón, con el objetivo de que posean un color uniforme, y que sus venas sean muy finas y sedosas al tacto. Es el vestido exterior del cigarro, y estas hojas requieren cuidados especiales. Cuando llegan a la fábrica, se humedecen para restituirles su flexibilidad, y luego, las despalilladoras retirarán su nervio central con un preciso giro de muñeca, dividiendo la hoja en dos partes, que finalmente son rezagadas, es decir, seleccionadas por tamaños, colores y texturas.

 

        

 

Además de la capa, otros cuatro tipos distintos de tabaco intervienen en la elaboración de un cigarro puro: el capote, situado debajo de la capa, que envuelve las hojas del interior proporcionando consistencia y fuerza a la tripa; la tripa, a su vez, se compone de tabaco volado, seco y ligero: el volado lo forman las hojas que provienen de la parte baja de la planta, que son las más finas y se caracterizan por su excelente combustibilidad; el seco, obtenido de la parte central, es el que proporciona al cigarro su riqueza aromática; mientras que el tabaco ligero, procedente de la corona superior, es el que mayor fortaleza y cuerpo posee, a pesar de su equívoco nombre. Las tres hojas de la tripa se añejan antes de formar parte del cigarro: unos seis meses para el tabaco volado y hasta tres años en el caso del tabaco ligero.

 

Una vez en la fábrica, las hojas envasadas en pacas son recibidas en el departamento de ligas, donde unos especialistas realizan la composición de cada una de las vitolas, según cada marca. Las ligas ya conformadas las reciben los torcedores en una cantidad suficiente para elaborar unos cincuenta cigarros por jornada. En la galera de torcedores es donde los cigarros se convierten en una realidad. Requiere una larga experiencia el oficio de tabaquero: uno de estos artesanos demora unos nueve meses en aprender a dar la forma y consistencia correcta a un cigarro de gama media, pero pueden pasar más de cinco años antes de que adquiera la cualificación necesaria para enrollar un figurado o un churchill de gran tamaño.

 

El torcedor ubica en su mano una hoja de tabaco ligero, junto a la de tabaco volado, para que ayude a su combustión, y a su alrededor pliega en abanico la hoja de seco. El cuerpo así conformado se enrolla sobre la gruesa hoja de capote, cuya finalidad es mantener la tensión de la ligada, y este bonche se introduce en las prensas de madera para darles su forma cilíndrica. Sobre este bonche o tirulo se enrolla la sedosa hoja de capa, bien estirada y tersa, y con el resto de esta fina hoja, el torcedor recorta con su chaveta un gorro, que pega con en la cabeza del cigarro, para aportar un tacto suave a los labios del fumador.

 

   

 

Por último, el puro se corta con una guillotina, a la longitud del formato deseado, y se alisa con la parte plana de la chaveta hasta conseguir que quede perfectamente uniforme. Tras mantener las medias ruedas de cigarros (50 unidades atadas con una cinta) en los escaparates, donde eliminan gran parte de la humedad, estas pasan al control de calidad, donde se supervisa su vitola (longitud y grosor), y su buena construcción, así como un panel de catadores degustan algunas unidades para valor su correcto sabor y fortaleza.

 

El único cambio significativo en los últimos siglos en las fábricas de tabaco es la introducción de la máquina de succión, que comprueba el correcto tiro del cigarro. Antes de su ubicación definitiva en la caja de cedro, la única madera que con sus notas dulces armoniza con los tonos viriles del tabaco, se seleccionan los cigarros por colores, un arco iris de matices carmelitas, claros, colorados y maduros. En la escogida de colores, un especialista distribuye los puros en una mesa bien iluminada, y los empareja según sus tonos: verde, claro, pajizo, colorado, encendido, maduro, oscuro, y así hasta sesenta denominaciones diferentes.

 

El color de la capa no afecta en absoluto al sabor del cigarro, por lo que un cigarro negro puede ser muy suave y delicado de aromas; pero el color de la capa cumple una importante función estética, responsable de que muchos fumadores mantengan sus preferencias en sus vegueros favoritos. Ya solo resta colocar su colorida anilla para salir a conquistar los paladares de los buenos aficionados.

 

Así culmina un fructífero periplo, desde la vega tabaquera hasta su envasado en sus cajas, al que rendimos homenaje cada vez que encendemos un cigarro puro.

 

Texto y fotografías: Jesús Bernad



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