Reportajes

22 septiembre, 2015

Viaje al vino: Abadía Retuerta

Una apuesta por la biodiversidad que irradian la seductora gama de sus vinos.


El concepto clásico de enoturismo queda plenamente superado en Abadía Retuerta, donde podemos disfrutar de los vinos de esta moderna bodega, en un espléndido entorno: una finca de 700 hectáreas que rebosa vida, de cuidados viñedos entre pinares, que cuenta como corazón con una abadía románica del siglo XII restaurada para dar acogida a un hotel de austera elegancia y un restaurante de vibrante personalidad; todo ello nos lo trasmiten la personalidad de sus vinos.

 

 

Llegar al atardecer a Abadía Retuerta, con los últimos rayos de sol iluminando el ábside exterior de la abadía, alojarse en una de sus cómodas habitaciones, abrir una copa de vino de su Selección Especial que fluye en dos etéreas copas, recreando la vista entre viñedos y altivos pinos, es todo una fuente de placer de serena distinción.

 

Y llegada la noche, recorrer sus estancias monacales, perfectamente restauradas, buscando el refectorio, donde los monjes tomaban sus alimentos, para disfrutar de una experiencia sensorial única, con estrella Michelin incluida. Pablo Montero, el chef del restaurante El Refectorio, discípulo de Adonis Luis Aduriz, el genio creativo vasco de Mugaritz (6º mejor restaurante del mundo según la revista “Restaurant”), propone un menú repleto de sugerentes sensaciones.

 

 

 

El servicio de la sala es cálido y de elegantes maneras. Comenzamos con una copa de un sensacional blanco LeDomaine, que es la última novedad de la casa, fluido y sabroso, de marcado estilo borgoñón. Y empiezan a llegar a la mesa un lomo de trucha marinada con manzana y rúcula; un pulpo lacado con emulsión de pimiento asado, y un sensacional pecho de vaca confitado, de textura exterior crujiente. Un canto gregoriano no ayudaría a elevar más el espíritu.

 

Ángel Anocibar, director técnico de la bodega, es nuestro anfitrión la mañana siguiente; nos subimos a su todoterreno para visitar la amplia finca de 700 hectáreas, de las cuales 185 hectáreas son de viñedo, principalmente de la nativa tempranillo, junto a syrah, cabernet sauvignon, algo de merlot y petit verdot, estas últimas de origen francés, que es toda una declaración de intenciones cosmopolita de la bodega, en la actualidad la joya de la corona del grupo farmacéutico suizo Novartis.

 

 

Anocibar es navarro, nació en Señorío de Sarria, estudió en la Escuela de la Vid en Madrid y se diplomó en Burdeos; desde sus inicios en 1996, fue el responsable de elaborar los vinos y cuidar los viñedos. Esta última actividad, nos comenta el entusiasta Álvaro Perez, director de marketing y comunicación de la bodega (muy apegado a la tierra), es la que más satisface a su compañero de aventura desde el principio del proyecto, que se siente más viticultor que enólogo.  Cuentan también desde sus orígenes con los sabios consejos de Pascal Delbeck, enólogo bordelés del Château Ausone.

 

Recorremos en el todoterreno el antiguo canal del Duero, llegamos a una impresionante encina centenaria, en uno de los senderos que proponen para recorrer la finca, bien señalizada y que podemos recorrer andando, a caballo o en bicicleta. Y poco más allá, dentro del pinar observamos una familia de corzos pastando tranquilamente, muy cerca de donde se encuentran las antiguas cepas que quedan de los originarios viñedos de los monjes, cuyos sarmientos están plantando cerca de la abadía, con la finalidad de recuperar el estilo de vino tradicional. Nos cuenta Ángel, que el año pasado ya obtuvieron las primeras uvas que vinificaron y que el tipo de vino que obtuvieron recuerda mucho a los elaborados con tinta de toro, de la cercana región zamorana.

 

 

Los suelos calizos y la altitud de uno 800 metros de los viñedos son los responsables de ser una región más fresca que la colindante Denominación de Origen Ribera del Duero, en especial la denominada Milla de Oro, que llega hasta Peñafiel y cuenta con ilustres vecinos como Vega Sicilia, propietaria de esta finca hasta el año 1982. Las vistas desde el páramo, a 900 metros de altitud, nos regala unas vistas espléndidas de todo el valle, y entendemos la ardua labor del Duero durante milenios para escavarlo.

 

Anocibar se siente orgulloso de la recuperación de la biodiversidad de la finca y nos cuenta numerosos proyectos de gestión forestal, recuperación de una fauna de jabalíes, corzos y rapaces, instalando atalayas para estas últimas y lagunas para beber los animales; y cuentan con colmenas para elaborar su propia miel. Todo ello, afirma nuestro anfitrión, con “el objetivo de que el viñedo y la finca esté viva, y el cultivo sea ecológico”. Sostenibilidad del medio ambiente, enmarcado en la Red Natura 2000, proyecto para la conservación de la naturaleza en Europa.

 

 

 

Los viñedos se dividen en 54 parcelas, que vinifican por separado; hace 15 años descubrieron una parcela de blanco que resultó ser una sauvignon blanc sobre cantos rodados y vieron su potencial, pero al faltarle un poco de acidez al vino blanco se complementó con verdejo, resultando un vino espléndido, gustoso y fluido. El principal vino que elaboran es el Selección Especial, un equilibrado coupage de tempranillo, cabernet sauvignon y syrah. Y luego se encuentran los vinos monovarietales, de marcada personalidad donde destacan el syrah y el petit verdot.

 

Llegamos a la bodega, donde han creado una laguna artificial con el agua ya descontaminada, donde chapotean patos salvajes con sus crías. En la moderna bodega, integrada en la naturaleza, encontramos la atractiva tienda y una sala donde poder catar su gama de vinos. Cuentan con levadura y bacterias propias de fermentación, y como peculiaridad no utilizan bombas, por lo que los vinos fluyen por gravedad, mediante los ovis, objetos que trasportan el vino y sus hollejos con mayor suavidad.

 

 

 

En la sala de barricas, excavada en la montaña, maduran los vinos a temperatura controlada de 18º y con una humedad del 75%, y la mayoría de roble francés, que utilizan un máximo de 3 años, aunque parte de su petit verdot madura en barricas de roble americano. Llega el momento de la cata de vinos, y primero degustamos el Abadía Retuerta Selección Especial, de vivaz afrutamiento y memorable equilibrio.

 

Continuamos degustando sus vinos monovarietales, de un solo viñedo, como Pago de Negralada, de tempranillo, con 18 meses de crianza en barricas de roble francés, denso y sabroso; luego el sensacional Pago Garduña, elaborado con syrah, de gran sensualidad y paso fluido; el Pago Valdebellón, de cabernet sauvignon, de vivos taninos y recuerdo mentolado. Y culminamos con la estrella de la casa, el original Petit Verdot, muy especiado y profundo de sensaciones.

 

 

 

En una reciente cata en Zúrich, donde la bodega reunió a periodista de la mejores revistas del mundo del vino, como Decanter y Wine Enthusiast, junto a prestigiosos Masters of Wine,  cataron a ciegas sus vinos a la vez que los más prestigiosos del mundo de la misma variedad de uva, y el resultado fue que el Petit Verdot fue el mejor de todos, al igual que su syrah superó a los mejores ródanos franceses y míticos australianos. Enrique Valero, el innovador director general de esta vanguardista bodega vallisoletana, mostró su satisfacción con los resultados, que los sitúa entre los grandes del mundo.

 

Los vinos de Abadía Retuerta son vinos de placer, largos y sensuales, y todos ellos son pletóricos de frutosidad, de gran concentración, densos pero fluidos, muy aromáticos, largos, de buena persistencia y de grata sensación de frescor. Pero estos vinos no nacen de forma espontánea: son fruto de una apuesta completa por la biodiversidad de una finca pletórica de vida, con unos viñedos muy cuidados, que se complementan con una propuesta gastronómica singular dentro de los silenciosos muros de una abadía muy bien restaurada.

 

Un auténtico viaje a los orígenes del vino.

 



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