Reportajes

30 agosto, 2011

Nueva Zelanda, el país de la limpia sonrisa

Las dos islas que conforman el país de las antípodas son de una gran belleza.


     

 

El chiste del comandante dirigiéndose a los pasajeros de un avión: “bienvenidos a Nueva Zelanda, se ruega pongan sus relojes en hora: retrocedan diez años”, carece hoy de sentido. Una sociedad moderna, abierta a sus vecinos  polinesios, que se siente orgullosa de sus conquistas sociales: fueron los primeros en dar el derecho de voto a las mujeres (1893), en declarar la enseñanza obligatoria gratuita (1877) y en crear un sistema médico universal (1938).

 

Nueva Zelanda, el país de las antípodas, está realizando en los últimos años un importante esfuerzo por aunar la cultura europea con la tradicional de los primeros habitantes del país, los maoríes. Pero tal vez el mayor encanto del país no sean sus imponentes paisajes naturales, ni sus atractivas ciudades, sino el encanto de sus gentes, que despliegan una amabilidad sincera y regalan su cálida sonrisa al viajero.

 

La principal puerta de entrada al país es la moderna ciudad de Auckland, primer lugar de asentamiento de los colonos británicos, y que cuenta con numerosos atractivos como su Sky Tower, el edificio más alto del hemisferio sur, el puente sobre la bahía (que evoca a Sídney), y su impresionante marina cuajada de veleros que nos recuerda su pasión marinera. Desde el puerto marítimo, con su colonial Ferry Building, parte Queen Street, la principal arteria de esta ciudad, con un inconfundible aire británico en sus pubs y comercios; ascendiendo la calle llegamos a el Edge, explanada donde confluyen dos de sus principales hitos: el Ayuntamiento (1911) y su mas importante institución cultural, Aotea Centre.

 

     

 

Desde Auckland viajamos al sur, a Rotorúa, palpitante corazón caliente de isla. Por la mañana emana de sus grietas un vapor sulfuroso, y un geiser lanza un potente chorro de agua a 20 metros de altura, y sus lagunas termales poseen insólitos colores, como la Champagne Pool, con sus tonos anaranjados. Para comprender las fuerzas telúricas es necesario acercarse a la villa termal Whakarewarewa, a las afueras de la ciudad, donde varias veces al día erupciona el géiser Pohutu, y donde podemos visitar un poblado maorí, y ver el sistema tradicional de secado del pescado. Bien merece la pena acercarse al templo Wahiao, donde nos da la bienvenida un grupo de nativos, con sus características danzas guerreras, cuyas canciones rinden homenaje a los ancestros.

 

          

 

Más al  sur, se encuentra Wellington, ciudad que se extiende por la bahía de Port Nicholson, y por cuyas laderas ascienden las casas de madera de estilo victoriano. En la capital del país se concentra el poder financiero y político, sede del Palacio del Gobierno, así como cuenta como una intensa actividad artística y cultural, y una animada vida nocturna. El museo más emblemático del país se encuentra frente a los muelles del puerto, el Museo Nacional Te Papa Tongarewa, que acoge exposiciones interactivas sobre la cultural maorí. Al final de los muelles, llegamos al centro político de la ciudad, sobre una suave colina, coronada por la Catedral de St. Paul, donde se encuentra el Parlamento, de estilo eduardiano, junto al modernista edificio circular, Beehive, destinado a las oficinas de los diputados.

 

       

 

Isla Sur
Tres horas demora el ferry en cruzar el estrecho de Cook, navegando entre los fiordos de Marlborough, donde señorean los helechos arborescentes, que alcanzan la envergadura de una palmera, símbolo del país. En la bahía de Tasman, en la costa norte de la isla Sur, sorprende el bullicio de las calles de Nelson, afamada por los numerosos artesanos que se han asentado la ciudad con sus galerías de arte. Los fines de semana se instala en una céntrica plaza un colorido mercadillo ambientado con puestos de comida y músicos callejeros, que se ha convertido en el lugar idóneo para adquirir artesanía del país.

 

En la costa este de esta isla, de indómita naturaleza y escasos habitantes, la principal población es Christchurch, conocida como la “ciudad más inglesa fuera de Inglaterra”. Sus calles limpias y rectilíneas, los cuidados jardines, y coquetos puentes sobre el río Avon, dan un aspecto bucólico a la ciudad, cuyo principal atractivo es su imponente catedral, Christ Church, de estilo neogótico.
Cual espina dorsal se alzan los imponentes Alpes Meridionales, cuya mayor altitud es el monte Cook (3.754 metros), que los maoríes denominan Aoraki (el que atraviesa las nubes). Muy cerca de la mayor cumbre del país se encuentra el Parque Nacional Westland, que protege un soberbio conjunto de 60 glaciares, siendo los más visitados el glaciar Franz Josef, y el Fox. Desde un helicóptero se puede disfrutar del imponente río de hielo, con sus profundas grietas, que discurre entre frondosos bosques tropicales. Una caminata de media hora nos lleva a la base del glaciar Franz Josep, cuya lengua mide unos once kilómetros de longitud, y donde se preparan los excursionistas que van ascender sobre el hielo.

 

       

 

Queenstown es la capital de la adrenalina, y el mejor lugar para explorar la región de Central Otago, el principal destino vacacional de la isla Sur. La desértica región, de hermosos lagos azul cobalto, como el lago Wanaka o el Wakatipu, es el lugar idóneo para que los neozelandeses dan rienda suelta a su pasión por las actividades al aire libre. En sus lagos se puede practicar el piragüismo y kayaking, en sus abruptos ríos el rafting y jet-boating, en sus montañas la escalada, travesías a caballo, y el esquí, así como el parapente desde sus cumbres.

Aunque la actividad que mejor representa el espíritu indómito de los kiwis es el bungi, que en esta región se puede practicar desde puentes históricos como el Nevis-Highwire, construido sobre el río Kawarau. Con una cuerda elástica atada a las piernas y un sólido arnés a la cintura, los más intrépidos se atreven con un salto de 43 metros entre las abruptas paredes del río, aunque solo los más valientes llegan a tocar con su cabeza las turbulentas aguas.

 

          

 

Nueva Zelanda, seductor destino de las antípodas, atrapa al viajero con sus hermosos parajes, dinámicas ciudades y amabilidad de sus gentes. Un lugar donde se palpa la vitalidad de un país joven, donde las raíces maoríes y la cultura europea están cimentando un esplendido futuro para preservar una tierra hermosa y limpia.

 

Texto y fotografías: Jesús Bernad



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